Al
presentarse en la mente del individuo, interrogantes de fuentes externas como:
-¿En quién crees tú?, escuchar la canción de
Roque Valero, Las lágrimas aprenden a reír
(2006) con su… “Yo creo en ti, las lágrimas aprenden a reir…la vida es un
segundo y mis segundos son contigoooo…abrazado a tu ca…” ¡YA BASTA, PUES!, o
desde el mero hecho de la participación ciudadana: -Yo creo que…Yo creo que…Yo
creo que…- se presenta el “creer” como algo de suma importancia para el hombre.
Escribo
hombre porque, debido a que los animales no “creen”, somos nosotros quienes
tomamos posturas, a partir de lo que creamos o creemos (creo…). El problema de
todo esto, es cuando se llega a conocer personas que se creen muchas cosas:
-¿Qué?
Jaaaaaaa ¿En serio?
-Sep.
Sigue leyendo.
En términos del cosmos, del cómo, del
qué me como (ante la escasez venezolana y del cromo -en términos cromáticos- o
sea, de colores….creo), el color OCRE debe ser uno de los más apáticos y
tristes en la historia. Si tienes tres colores primarios (cartelúos, cabe
destacar) y a partir de ellos, surge toda una variedad de colores cartelúos (más
allá del elemental Amarillo, Azul y Rojo[1]), ¿quién
habrá creado el color ocre? Yo creo que fue un accidente, en términos de creación.
Y me pregunto, ¿por qué me estoy ensañando[2]
con el color ocre? Debe ser porque el color ocre no me gusta, creo.
Acaso
¿fue el Creador del Cielo y de La Tierra? Si no sabes quién es el creador del
cielo y de la tierra, creo que estás mal, en términos de creencias.
La
idea del “peso histórico” de la palabra creer, cae pesado, a modo personal,
cuando te encuentras con creyentes (de cualquier creencia religiosa), que
alcanzan el nivel FANÁTICO (¡No cromático! FA-NÁ-TI-CO. No fonético. Fanático. Bravo.)
Miren que conocer a personas nivel “Creyón”,
o sea, fanático, es una cosa cansona. Es como cuando uno estaba en el
preescolar y llegaba algún niño con sus colores Faber-Castell o Prisma-color
(colores cartelúos, pues) y uno, gracias al esfuerzo de unos padres educadores,
por lo tanto, con un sueldo paupérrimo, llegaba con unos Norma, de 12 colores. Lo irónico de la vida, o de la vida infantil en este caso, era cuando venían otros
niños (dichos poseedores de los colores cartelúos) y te pedían tus colores, a
lo que uno respondía…
-¿Chamo,
pero si los tuyos son más mejores?
-Es que si los uso, se
van a gastar.
-De bolas, estúpid…¡Digo!
La cosa es que tengo solo 12 colores. Si quieres, te puedo prestar mis creyones
de cera.
-Creo que me sirven, también.
-Dale pues.
Manteniendo
la línea de pensamiento en esa época infantil, recuerdo que en la televisión,
era transmitida una famosa serie animada llamada Las Chicas Superpoderosas[3].
Cada vez que comenzaba el programa, en el intro se decía cómo habían sido creadas
las 3 carajitas: Azúcar, flores y muchos colores. Luego el supuesto “profesor”
Utonio, por accidente, derramó una substancia “X” en la mezcla. Ahora bien, la lógica
me dicta: ¿Qué carajos quería hacer el carajo con dichos ingredientes? ¿Acaso vivía
en Venezuela? (donde toca hacer magia ahora, al momento de cocinar.)
[3] “Con sus súper poderes, Bombón, Burbuja Y Bellota”. Del intro original.
[3] “Con sus súper poderes, Bombón, Burbuja Y Bellota”. Del intro original.
Es
probable que el señor Utonio haya sido pastelero o chichero (por lo de la bata
blanca) y nos lo vendieron como alguien estudioso, preparado, culto, que aun
así, la embarró. Entiendo y sé que es lamentable que estudies una profesión y
que no puedas ejercerla, ante la falta de puestos laborales en una nación. Ponerse
a hacer carreras como taxista, montar un puesto de empanadas o hasta vender
chicha, con un semerendo[4]
título debajo del brazo, de pana que es lamentable. Quizás eso le pasó al “profesor”.
Quizás.
[4] Grande, enorme.
[4] Grande, enorme.
Hablando de crear, o de creer (aun cuando no estemos hablando físicamente), creo que toda la población venezolana está cansada, y bien cansada, de que les digan que todo lo malo que les sucede, es culpa de agentes externos a nuestra frontera (fenómenos como “El Niño”, “El imperio”, el Chikungunya, etc…). O creamos conciencia ciudadana y nos ponemos a trabajar, TODOS, o nos quedamos sentados en el aparato. Creo…creo…con una semerenda fuerza suprema interna, que debemos optar por la primera. Creo, en términos de creyentes, que la esperanza debe tener una tónica “cromática” que pueda borrar, de una vez por todas, ese color OCRE, que tenemos y tiene toda nuestra sociedad venezolana, como fachada de presentación cotidiana.
¡Oh, qué creación he creado!
Me
quedo buena…creo… (Quizás Dios dijo esto…también)
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