Sería genial si fuésemos un país sin petróleo. Seríamos un
país pobre, sin razones para ser tan corruptos. Sin imperios que quisieran venir a invadirnos o a quitarnos
pedazos de tierra, valorados en no sé qué cuantos miles de millones de cosas
que no nos importasen.
No tendríamos que estar pendiente de resolver los peos de
los demás, más que los de aquí solamente. Pobre, pero trabajadores. Seríamos un
país de ahorradores, asumiendo que la gasolina fuese costosa (ya que no la produciríamos
ni haríamos el ridículo de ser conocidos mundialmente como un país “productor
de petróleo”…que importa gasolina). Vainas cuánticas que mi pequeño cerebro
tercer-mundista no logra comprender.
Quizás fuésemos los seres humanos más humanos del
planeta, ya que al no poder costear ni despilfarrar lo que nos costase la
gasolina, seguro manejaríamos más bicicletas y le pediríamos la cola a los
vecinos (a los que no nos cayesen mal, obvio). Aunque quizás, como nada es
perfecto en esta vida, fuésemos algo egoístas. Como encontraríamos productos de toda índole en
los supermercados (debido al malévolo sistema económico capitalista con sus
empresas productivas y competitivas), no tendríamos la oportunidad de conocer
ni compartir emociones con nuestros conciudadanos, bajo una tremenda “pepa de
sol”, como hacemos actualmente. ¡Humanismo en su máxima expresión, carajo!
Debido a que seríamos un país pobre, lamentablemente, con
un solo sueldo nos alcanzase para hacer lo que se nos viniese en gana. Capitalismo
bastardo y egoísta. Gracias a Dios, somos un país petrolero. Quizás no tomásemos
tanta cerveza ni whisky (aunque en la actualidad 2015, está medio jodía la cosa, pero bue’) ya que con el sueldo y la variedad… quizás comprásemos otras
bebidas espirituosas de procedencia hasta foránea.
¡Qué bueno que somos un país petrolero, pobre y marginal!
Nuestro petróleo, del que disponemos y bastante, a diestra y siniestra, gracias
a papa Dios, es lo que yo “demoniomaría” o denominaría como “Petróleo Blanco”,
ese producto tan valioso y que no nos cuesta nada. Cada vez que sonreímos. Cada
vez que reímos. Cada vez que la chica que nos gusta, la que no nos gusta, la
que nos cae mal, la que le caemos mal, sonríe. Eso. Esa facilidad para sacar de
todo un chiste. ¿Alto nivel de comprensión? ¿Alto nivel de abstracción? ¿Alto
nivel de altos niveles? ¡No lo sé!
En nuestra historia venezolana antigua del pasado,
Cubagua[1]
fue la isla de las perlas por excelencia. Hoy, Venezuela simplemente es tierra
de pelas por excelencia:
-¿Y tú como estás? –Aquí chico, pelando.
Somos la taza de plata que nadie quiere robarse. ¡Pero no
le paremos a eso, patria del demonio! Somos la tarjeta de crédito que no sale
del banco. La cucaracha que…que…que… ¡Rayos! ¡Cucaracha capitalista-apátrida- escuálida
que no me deja terminar mi pensa…mi pensa… mi pensamiento! ¡Eso!
(Cabe destacar
que vi a una cucaracha, mientras escribía este artículo… ¡EN EL AUTOBÚS!!!)
Petróleo blanco, de ese sí tenemos, en cantidades
estratos…estratos… estratos sociale… ¡No, ‘pérate! Estrato terrestre que forma
una cap..¡’Pérate tampoco! Estrat… Estratosféricas! ¡Esa es la palabra!
Porque somos un país petrolero, que no tiene asfalto para
tapuzar huecos en todas las calles y avenidas de Venezuela, y ¡Nos reímos de
eso! Nos reímos del sueldo que le damos a los maestros. Nos reímos hasta del
presidente de la república (claro, él se pasa de gafito, pues). Cuando habla. Cuando
no habla. Cuando habla en inglés. Cuando habla un coño, de no sé qué coño. (“Venezuela is “jap”, según él).
Yo entendería que ¡Ajap! No nos dio risa, presidente. Siga
trabajando o ¡Ajap! ¡Comience! Que el petróleo se nos está acabando y no precisamente
del negro. Del que sacamos de la tierra, no. Del que sacamos de nuestras risas.
De nuestras sonrisas. ¿Será la hora de buscar una nueva fuente de energía renovable,
a dicho petróleo? ¿Al…blanco?
Como cuando una cucaracha llega y…y… ¿Dónde estará la
cucaracha que me distrajo hace ratico…?
No hay comentarios:
Publicar un comentario